jueves, 20 de octubre de 2016

El lobo calumniado (la verdadera historia de Caperucita Roja y el Lobo Feroz)

La mayor parte de la gente conoce el cuento de Caperucita Roja y el Lobo Feroz, o al menos ha oído hablar sobre él. Se trata de un cuento difundido a través de la tradición oral, muy popular en Centroeuropa. La versión más conocida la escribieron los hermanos Grimm a principios del siglo XIX. 

A continuación podemos leer una adaptación del mismo desde un punto de vista muy diferente...

El lobo calumniado


El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y lo cuidaba intentando mantenerlo limpio y arreglado. 

Entonces, una mañana soleada, mientras yo estaba recogiendo basura dejada por algún excursionista, oí unos pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi a una muchacha, más bien fea, que venía por el camino con un cesto. La niña me pareció sospechosa por la forma tan curiosa como iba vestida, toda de rojo, y con la cabeza cubierta por una capucha, como si no quisiera que nadie supiese quien era. Naturalmente la paré para averiguar algo. Le pregunté quien era, a dónde iba, de dónde venía y todo eso. Me contestó cantando y bailando una historia sobre su abuela, a la que, según dijo, iba a ver con un cesto de comida. En principio, parecía una persona honrada, pero estaba en mi bosque y la verdad es que tenía un aspecto sospechoso con su extraño atuendo, así que decidí enseñarle lo serio que es cruzar el bosque, haciendo cabriolas, disfrazada y sin avisar previamente.

Dejé a la niña seguir su camino pero yo corrí a casa de su abuela. Cuando le explique mi problema, la abuela convino en que su nieta necesitaba una lección por descuidada. La vieja estuvo de acuerdo en esconderse hasta que yo la llamase, y se metió debajo de la cama.

Cuando la niña llegó, la invité a pasar al dormitorio, donde yo estaba acostado y vestido como la abuela. Ella entró, toda sonrosada, y dijo algo muy desagradable sobre mis grandes orejas. Como ya me han insultado otras veces así, lo tomé lo mejor que pude, y le dije que mis grandes orejas me ayudaban a oír mejor. Lo que quería decirle es que la apreciaba y la estaba prestando mucha atención a lo que estaba diciendo, pero a continuación me dirige otra burla sobre mis ojos saltones. Pueden hacerse una idea de cómo me estaba empezando a poner la niñita, en apariencia, tan educadita... pero luego, tan desagradable. De todas formas seguí con mi política de poner la otra mejilla y dije que mis grandes ojos... ¡eran para verla mejor!

Pero su siguiente insulto de verdad que me llegó al alma. Ya saben el problema que tengo con mis dientes salidos... bueno, pues la niñita me soltó una broma muy insultante sobre ellos. Sé que debería haberme controlado, pero lo cierto es que salté de la cama y le gruñí qué mis dientes me servirían... ¡para comerla mejor!

Bueno, hablando en serio, todo el mundo sabe que ningún lobo se comería jamás a ninguna niñita, pero la muy estúpida se puso a correr por toda la casa chillando, y yo detrás de ella para tranquilizarla. Me había quitado ya las ropas de la abuela, pero esto empeoró las cosas mucho más porque, de pronto, la puerta de la casa se derrumbó con estrépito y apareció un enorme leñador con su hacha. Le miré y me di cuenta de que me había metido en un buen lío, de forma que salté por la ventana que estaba abierta y salí corriendo.

¡Ójala la cosa hubiera terminado así, pero la tiparraca de la abuela nunca contó la otra versión de la historia, y enseguida se corrió la voz de que soy un tipo malo y agresivo. Todos comenzaron a evitarme. No sé que habrá sido de la niñita, con su estrambótica caperuza roja. Lo que si es cierto es que yo nunca más pude ser feliz después de encontrarme con ella.

Podéis escuchar el cuento en audio pinchando sobre la imagen.



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